-Guillermo Rebollo Gil
El perro de Tom Hardy murió. El actor compartió una conmovedora nota sobre el suceso. Es para llorar.
A mí de Hardy me gusta un personaje de la tele que gruñe a modo de respuesta en conversación. Me gusta otro de una peli que trabaja en una barra y mata gente. Cuida, además, de un perro rescatado. Ambos personajes tienen en común que se decidieron por algo o alguien, y no cambian de parecer aun cuando su decisión quizás no haya sido del todo voluntaria, o no contaban con toda la información al momento, o todo sucedió muy muy rápido y apenas hubo tiempo para pensarlo. Los personajes de Hardy no se arrepienten. Jamás dan marcha atrás.
A mí de decidir me gusta que me hace sentir como si estuviera en la tele y rápido comienzo a gruñir mientras hablo con mis perros rescatados. La decisión de hacer amistad con un perro es para mí un Algo en la vida—Algo para proteger y practicar cotidianamente, a pesar de que la vida a menudo resulta ser una pésima decisión.
Leí la nota de Hardy mientras esperaba en la sala de espera del veterinario. Mi perrita y yo estábamos rodeados de gatos con sus respectivas personas en el mundo. Entre ellos, una mujer con un gatito en una caja de cartón. Lucía llorosa. La mujer, al momento en que salía otra con su gato guardado en un porta gatos azul, le dice al suyo al oído “te prometo que cuando tenga chavos, te voy a comprar una jaulita así para que no tengas que andar en una caja.” Era para gruñir, y llorar. Cuando le tocó el turno a la mujer, juntamos algo de dinero para ayudar a cubrir los gastos de su visita.
Escribe Hardy de la noche que conoció a Woody: “Never forget that night. It was wonderful. One minute he was almost dead next terrified. Then picked up by strangers then after He had a power nap in the car, the next he’s walking with his bandy leg John Wayne strut under the strip lighted aisles of this massive pet store happy and playful.”
Toda decisión comienza con un encuentro y termina con una nota muy triste seis años más tarde. Entremedio, hay tiempo de espera. Y promesas que le hace Alguien a su Algo en la vida para cuidarlo mejor. El resto son extraños que coinciden en un mismo espacio, con el peso de sus decisiones al hombro, pero dispuestos a cargar con más.
Cuando la llamaron, la mujer se estrujó los ojos y agarró la caja con cuidado. El gatito se asomó brevemente como para decirnos que no le hacía falta más. Era el viajero más amado.
*Aquí en La Turba, todxs compartimos nuestras vidas con perritos adoptados. Feliz aniversario.
