-Ariadna M. Godreau-Aubert
La cuestión es de posición y relación. De lenguaje.
Escribo sobre la acción mientras escribo.
Una compañera periodista me pregunta sobre la legalidad de la protesta. Quiere escuchar a la abogada en mi: esta es la ley, acá va el foro público, acá los espacios privados y más allá quienes tienen derecho y las que no. Me pide que le diga más: que en un tribunal ocurriría tal cual, aunque podría ser mas cual si se dieran estas otras condiciones. Quiero decir que la abogada se fue o que quisiera irse pero que no la busque. La profesión es todo menos todo. Quiero hablar sobre el derecho a la violencia de quienes protestan y del derecho a protestarle a quienes nos violentan cotidianamente. Alcanzo a decir algo sobre la propiedad: un policía no puede ser guardián de la riqueza de los pocos. Quiero que en los treinta segundos de conversación que sé que nos quedan tenga un cuadro claro de esta indignación que creo compartida, de mi rabia, de mi ojo grande que vela al policía macanero y de este puño izquierdo en alto en solidaridad con las y los compas que luchan. Quiero decir que la vida es lucha toda pero no lo digo porque me abruma la cursilería del momento. En cambio me río de mentira y le digo que añada una notita que diga que esta abogada –ubicada ahora- dice pal carajo la junta. Se ríe también. La línea se corta. Cuando llega el sábado busco la nota en la versión digital pero no la encuentro. La olvido a propósito. Más tarde me entregan el recorte del periódico cuidadosamente doblado. Lo guardo sin mirar.
Un periódico nunca dice lo que debería decir. Y sin embargo. Hace unas semanas una nota contó que le cortaron la luz a cerca de 300 familias de caserío, todas residentes en San Juan. Una noticia nunca es una noticia nada más. La leí pensando en cuántas miles de residencias con miles de contadores dando vueltitas sin parar le pertenecerán a familias de San Juan que tampoco pueden pagar la luz. También pienso en los saltitos. En los de un contador que para de cantazo. En los de la nena que, en la oscuridad, anda con cuidado para no tropezar. En los de los muchachos que en medio del calor y el encierro de verano juegan a cualquier cosa menos a estarse quietos. En los de la maquinita de dar terapias que hace como que corre con baterías pero no. En los de felicidad de quienes se sienten vengados o redimidos por el castigo a los mantenidos de la patria. Una vez conocí a un hombre que tenía largas conversaciones con otros hombres a través de los enchufes. En esos rotitos caben todas las voces, un multiplug y hasta un tenedor. ¿Como no habría de caber entonces este moralismo tan apropiado? Un reportaje chiquitito le canta satélite llamando a control a este odio tan clase mediero, justiciero y renovado en la lucha contra aquella piscina azul™. Usan la luz para las uñas, los plasmas, las tenis nuevas, la novela, la droga, estar comiendo hot dogs, la paridera continua y el otro plasma también. Todo eso en lugar de trabajar, ponerse a producir, dejar de parir, salir del caserío, cambiarse de color, no votar por ese, sembrar caña o café, irse del País, morirse. Por mucho tiempo jugué a que tenía una de esas lámparas que prendían y apagaban con un aplauso. Una de las mayores frustraciones de mi niñez era no poder aplaudir, prender y apagar la luz al mismo tiempo. El problema era la ausencia de un tercer brazo. Lo resentía como si me lo hubieran cortado: el brazo. Con él, la luz.
Lo esencial es invisible a los ojos. Muchos de los y las compas de mi generación – que no es la misma que la nueva aunque compartan – son papás y mamás. Mientras escribo estas líneas, abro y cierro las fotos de dos compas papás, de esos que cargan a sus crías en brazos en medio de piquetes y pasquinadas. Hace un par de días organizan la resistencia en una escuela a punto de ser desmantelada. Es una escuela especializada en artes y deporte a punto de ser desmantelada. Lo crucial en esta oración es que no son muchas las escuelas especializadas, que son muchas las estudiantes, que la responsabilidad del Gobierno es y que no cumple. Se desmantela cuando se manipula la información sobre la matrícula de estudiantes para justificar desmantelar: faltan. Se desmantela cuando se eliminan las plazas de maestras y se les declara excedente: sobran. Se desmantela cuando se cierra el sexto grado y una no se puede imaginar que pasará después del cinco: búscatelas. Madres y padres cierran el plantel: piden candados, cadenas, megáfonos, aguas y monchis. En la parafernalia de paro/huelga/campamento se hace la lucha toda. Hay una nota en el periódico. Si los medios no venían, se los inventaban con piedras, palitos, antena, micrófono y streamming: como la primera vez. La Pedreira es piedra en el zapatito del Gobierno. La Pedreira es la escuela de las hijas de mis compas y un día, pasado el cinco y el seis, esas hijas saldrán a la calle y lucharán para hacer suyo el todo que no lograron sus papás y mamás.
Hoy quisiera parir una cría de siete u ocho años, que camine y hable y diga y exija y rete y se imponga a este sistema escolar roto. La llevaría sobre mi espalda al marchar. Resistiría también. No me apartaría. Ni yo ni el escapulario. Jamás.
La cuestión es de posición y relación. De lenguaje.
Escribo sobre la acción mientras escribo.
En estos días.
Trabajo mi tesis. Estoy estudiando la crisis, las medidas de austeridad, la deuda pública, los derechos humanos, el afuera internacional, la colonia, la precariedad, el género, los movimientos sociales. [Hoy, ¿quedará alguien que no esté estudiando la crisis?] Una nunca debe estudiarse a sí misma, a pesar del deber y el reto. En algún momento digo o diré que la colonia es un grillete, cierto, pero que la autodeterminación como condición o etapa primera de la lucha es una cortina de humo, una guerra de espejismos que peleamos mientras se nos muere el País de hambre y de sed. Hice caber todas las palabras anteriores en un mismo papel. Me dieron un visto bueno como quien da un guiño. Me dio una emoción como de terremoto y quise publicarlo en facebook: la tesis, el guiño, el terremoto. No tenía internet y ya más tarde se me olvidó. Cuando termine, tendré un título de una de las principales universidades en uno de los imperios fundacionales del mundo moderno. Fundacional es una palabra importante. Significa primero.
Cuando se me seca la cabeza busco ideas en mis medios: facebook, ahora twitter. Después va la procesión de periódicos digitales. La Junta –que ha venido a desplazar el discurso de la crisis y todos los demás- es amenaza que cabe en un titular de ocho o nueve palabras. La Junta son los siete, la cartera de emisiones de deuda, el congreso, la legislatura local, la transparencia, los donativos, el ambiente, la democracia. Es una cosita por notita y nunca todas en la misma. En pedacitos es mejor, más manejable. Hay que cogerlo con calma y sin caer en la histeria: el mundo continúa, la gente también. Esta conversación es la misma indistintamente de la Junta, la pobreza, la colonia, el patriarcado. Es de tanto que no es de nada a la vez. Este titular y aquel otro también. Soy una loca con fobia a los fragmentos, a priorizar y a ordenar sobre mis prioridades. Robo ideas de los espacios invisibles entre titular y titular. Las reescribo en lenguaje rimbombante y en inglés, para que no se note la crisis (mía, de otras, del País). Una no se puede poner una tan emocional, pasional. Ni en los medios. Ni en las mesas de trabajo. Ni en la tesis. Ni en cualquier otra parte. Aunque en la calle, ahí sí. Todavía.
Ser mujer y estar en lucha pueden ser la misma cosa todo el tiempo, aunque no siempre. En estos días digo autoexamen y autocuidado porque está de moda. En ese idioma busco la promesa única de la izquierda feminista naciente. Haría falta una nota en la prensa sobre esto también. La mayor parte del tiempo juego a que escribo acápites para esquelas.
«…pal carajo la junta.»
«La mayor parte del tiempo juego a que escribo acápites para esquelas.»
#yomedesquito
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