¿todos somos disney?

They lived in the attic or the basement, but still they lived near the master; and they loved their master more than the master loved himself. They would give their life to save the masters house quicker than the master would. The house Negro, if the master said, We got a good house here, the house Negro would say, Yeah, we got a good house here. Whenever the master said we, he said we. Thats how you can tell a house Negro.

M. X

At a time like this, scorching irony, not convincing argument, is needed. O! had I the ability, and could reach the nation’s ear, I would, to-day, pour out a fiery stream of biting ridicule, blasting reproach, withering sarcasm, and stern rebuke. For it is not light that is needed, but fire; it is not the gentle shower, but thunder. We need the storm, the whirlwind, and the earthquake.

                 —F. Douglass

Continuamos con esta serie de seis columnas en las que nos ocupamos de desmontar el aparato discursivo de la ideología puertorriqueña. Para abonar al abuso de las metáforas, es como un desalojo forzado de todas las zonas de comfort discursivas. Puedes leer la introducción, Destruir qué, aquí. La segunda columna, Latinoamérica no existe, la puedes ver acá.

En esta ocasión, consideramos una segunda ilusión, aquella en la cual los Estados Unidos de América son en toda su extensión y bastedad, una especie de Disney hecho país, un Time Square donde podemos extender a toda una vida la felicidad de una vacación. De manera que pensemos, no en todo lo concreto que se escapa de las expectativas de quienes deciden hacer su vida en los estados (costos, discrimen, clima, etcétera), sino más bien, en lo que constituye ese imaginario.

Ahora, resultaría fácil pensar que esta construcción de nuestra ideología se limita a los pitiyanquis—aquellas personas que, asimiladas o no, pretenden ser más americanos que los americanos—pero lo cierto es que dentro del imaginario latinófilo que discutiéramos en la columna anterior, también se comparte esta vagancia intelectual, pero bajo el término gringo.

Aunque el americano es el equivalente positivo del peyorativo gringo, ambas reducciones sufren de la misma ingenuidad y simplonería, son las dos caras de una misma moneda.

Ambas ideas asumen que los 318,900,000 millones de habitantes de los cincuenta estados de esa nación son iguales o se adhieren a un set de estereotipos específicos, valores, intenciones y comportamientos homogéneos. Nada pudiera estas más lejos de la realidad.

Además, se crea una falsa otredad en ambas instancias que, a su vez, delimita grupos con ambas visiones y cuya caricatura más burda es la figura del anexionista que no sabe comunicarse en el idioma más hablado en su añorada metrópolis (o la caricatura perversa del purista obsesionado con los puertorriqueños que se fueron, vienen o se van). Los efectos secundarios de esta ilusión son la negación de lo local por un lado (como si los 50 estados no tuvieran sus banderas, costumbres, tradiciones y lenguajes), y por el otro, la total conspiranoia.

Basta con visitar cualquier lugar que no sea Disney o Nueva York para darse cuenta de la inutilidad de esta ilusión. Así las cosas, lo que sorprende es cómo esta se ha nutrido y cómo sobrevive aún de cara a la conectividad y a los medios de comunicación actuales.

Quizá toca guiar con miedo por estados con cruces blancas, donde te puede parar la policía y matarte por el color de tu piel, o conocer sobre los campos de Immokalee, las minas por remoción de cerros y las comunidades carboneras en las Virginias, o la miseria de las reservas indias de las Primeras Naciones. La lista es larga porque la cabronería (es decir, el neoliberalismo) no respeta fronteras ni soberanías.

Lo peor de vivir apantallados bajo cualquiera de las dos caras de esta misma ilusión, es que oculta las complejidades sistémicas que operan en nuestro territorio (y en todos los territorios), pues cuando todos somos Disney, o no existe la cabronería propia ni autoinfligida, o por el otro lado, todo siempre es maldad, intriga y plan malévolo. El aislamiento, el circle jerk y el hermetismo social son algunas de las complicaciones que surgen de este componente ideológico.

Quizá la polarización que le caracteriza se enraíza en nuestro más profundo maniqueísmo; el americano es bueno, dadivoso y ordenado; el gringo es malo, avaro y autoritario. Así nuestra ideología mide con la misma vara todos los renglones de la existencia: desde la megatienda, al más reciente hotel en usar incentivos para su construcción, a la junta de control fiscal.

En todo caso, es la espectacularidad de Disney como parque temático, junto a nuestra propia condición política, lo que nos hace suponer que tras la cortina siempre habrá un señor blanco (un Disney como un Mago de Oz), jalando de los cables y controlando la escena. Es en este ámbito donde este componente de la ideología se hace más nefasto, pues, por un lado se espera agradecidamente que haya un otro detrás de los acontecimientos y, por el otro, se le achaca resentidamente a ese otro la culpa de todo lo que pasa.

Estamos ante un callejón de salida identitario con una gran capacidad para el daño autoinfligido y para la fácil ocultación de los sistemas de poder causantes de cualquier problemática.

Con más puertorriqueños viviendo en los Estados Unidos en la actualidad que en Puerto Rico (y eso seguirá aumentando), el todos somos Disney resulta un componente ideológico inoperante y anacrónico, que nos mantiene maniatados a la propia ficción que estamos llamados a destruir. Quizá es tiempo de aceptar que tras más de cien años, hay algo americanx y gringx en nosotrxs, que ya es imborrable, independientemente de nuestro futuro.

En nuestra próxima columna habremos de considerar la total complacencia con el status quo de quienes mantienen la premisa de que el Estado Libre Asociado sigue siendo una realidad aceptable, aún de cara a los últimos acontecimientos.

unnamed-1.jpg
Foto por Javier

 

 

Deja un comentario