de la cajita de un esgrimista

Ariadna M. Godreau-Aubert

Así empieza: abre la cajita. Una se deslumbra -pero ni tanto- con otrologodeunainicialplateadaconestrellita y casi pasa por alto los segundos en que él pasa y repasa con una bayeta la extensión de la agujita. Satisfecho, el candidato apunta a un contrincante imaginario. Se ayuda con la mirilla del florete. Los segundos se prolongan y se hacen demasiado incómodos. Dice algo que no comprendo y vuelve a apuntar. Las posibilidades son finitas. A esta hora, el atacado debió haberse escapado o muerto de la risa.

No sé si los floretes tienen miras. En el país dondelasmujeresaparecenmuertasamachetazos y el que menos asesta una puñalada al corazón de un viejo, una se pregunta de quién habrá sido la idea de repoblar el imaginario político de armas cortantes y de hombres blancos apuntando hacia el más allá. A la vuelta le esperan un par de tennis viejos. Los que antes iban a morir a los tendidos eléctricos – mamá decía que eso significaba queestesitioestacaliente que es igual a decir que nostienenenlamira – ahora son papelón de caravana. Escaramuza.

Cuando el candidato se asoma sobre su puño coincide el arma con la invitación. Salgamos corriendo. Hay que hacer política de una forma diferente, pero no tanto.

*
Una se queda como detenida. De pequeña preparaba una almohada para apresurar la muerte que sentía venir cuando un niño cantaba una ranchera en el Chacal de la Trompeta. Nunca me moría pero resistía mirar. Hasta que bailaban. Eso era lo peor. Me entretengo con la tristeza, pensando en lo pequeñas que tendrían que ser mis almohadas para caber en la cajita del candidato.
*

El trabajo político está lleno de puñaladas en la espalda. El consenso se lo llevó todo. Quizás un concierto en la plaza, un Mister con Macana seguido de un Oubao Moin pudiera salvarnos. Cuando nos enfrentamos con la colonia y la Junta todas somos gatillo sin tiempo para darle forma a las balas. Las miras son para los que tienen espacio y pueden medir la cosa. Aquí pica. Hace rabia. El calor en estos días llega a los 104*. No hay lata de salchicha posible contra la desidia. Una maleta es una cajita grande que nos conecta con otra parte. La cosa es salir o salirse, mover. Una convoca al Tribunal Federal y más tarde Capitolio. Ahí la cosa está bestial. Ahí tampoco hay nadie. Tampoco está la Junta ni la colonia. Pero vamos. Hay que jugar a algo.

*
En la lista de cosas que no caben en una mira incluiría a cuarentaynuevecuerposqueerhermososbailando. Momentáneamente en la mirilla, fuera de foco después, ahora detenidos para siempre. Mirar a otro y parpadear es masticar despacio con los ojos. Un francotirador es un infeliz cargado de odio y hambre. Es también un hombre blanco que apunta al más allá del trabajo disque político. Un francotirador es como una junta podrida de hambre que viene a comerse a los niños crudos. Acá condecoramos a nuestros muertos – cuarentaynuevecuerposqueerhermososbailandoo- con la espalda del trabajo político, con zapatos y floretes a veces. Prohibiría las almohadas para obligarte a que las mires bailar. Una quisiera el KO y se divide con desconocidas los rounds a sabiendas de que en este mundo casi todo se va por decisión. Soy una inconforme. Cargo con mis almohadas y mi gatillo. Tengo balas a medio hacer. No hay cajita que me aguante. Hay que rabiar por algo.

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Foto por Ariadna Michelle

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