-Beatriz Llenín Figueroa
Sé que debería estar escribiendo. Tengo el turno en calendario de este blog.
Sé que debería estar haciendo prontuarios. Las clases empiezan mañana. Antenoche me avisaron que la Rectora Interina firmó las cartas de nombramiento. (Aún falta la cadena insondable de procesos administrativos para que yo pueda firmar un contrato, pero basta con la firma de quien no está sujeta por ese contrato, sino que lo sujeta –y ustedes pueden contestar la pregunta de cómo llega la persona que sujeta los contratos al puesto que le permite sujetarlos– para que yo me vea trabajando sin clara perspectiva de cuándo emergerá el primer cheque.)
Sé que debería enterarme mejor de lo de las cooperativas, de lo de COSSEC, de lo de los penepés y sus secuestros más recientes, de lo de la junta draconiana que a los republicanos les parece demasiado monga, de lo del hemisferio comandado por Trump, de lo del comienzo del semestre en las escuelas públicas con menos escuelas, menos estudiantes, maestrxs “demás” y una superintendente que vive en un hotel de lujo, tiene casa en Miami y también dirige tres escuelas.
Sé que debería estar organizando la vida para las responsabilidades y compromisos de los meses por venir, la mayor parte de los cuales no suponen salario, pero sí lucha y sueño.
Pero, se me murió Pacx. O Pacs. O Paca. O Paco. (Es un debate de género por dilucidar, pero no ahora. Confieso que de primera intención le llamé “Paco.” Este dato tiene que formar parte de la dilucidación, en mi contra.) Murió. Y eso me lo impide todo. Veo su cuerpito por todas partes. Escucho sus sonidos a toda hora. Extraño su belleza, su pequeñez, su valentía. Extraño su diferencia. Me rebelo ante su muerte. Y me pongo insoportable. Con ganas de desaparecer. Melodramática. Ojos hinchados. Cabeza retumbando. Nada me satisface. Restriego un tiesto. ¿Restriego un tiesto? Hay que quitarle el limo. Hay que quitárselo. Quiero a Pac(s,x,o,a) de vuelta. O irme tras ella.
Sé que lloro muchos llantos. Eso no me consuela. Lloro su muerte y la del país. Lloro su diferencia que no pude salvar. Lloro la diferencia soñada de vivir en otra parte que no puedo producir. Lloro la pequeñez de su cuerpo capaz, sin embargo, de hacerse escuchar a la distancia. Lloro la pregunta sobre si podremos nosotras, con toda nuestra insignificancia a cuestas, hacernos escuchar. Lloro su determinación por vivir, aunque abandonada.
Pac(x,s,a,o) fue una pollito negra. Llegó a casa a eso de las dos de la tarde de un sol inclemente hace tres días. Su piar se escuchaba calle abajo y calle arriba. La rescaté para que no muriera en su orfandad de barrio de gatos. Y se me murió a mí. ¿Podremos vivir, aunque abandonadas?
