-Ariadna M. Godreau Aubert
Recibo un mensaje de mami. -¡Me acaba de llegar una carta de la Junta!-. Lo acompaña con una foto de la primera página de una moción, en español, presentada ante el Tribunal de Distrito de Estados Unidos para el Distrito de Puerto Rico. «No es una carta, mama. Eso es una moción», quisiera decirle, pero me callo. No creo que sea la imagen que ella tiene en la cabeza. Me gustaría pensar en José Carrión III y los demás, doblados encima de una mesa enorme, preparando las cartas, lamiendo un número infinito de sobres, pegándoles el sellito, llevándolas al correo. Y mucho antes, buscando por nombre a las personas que viven en la Isla, identificándolas humanas, aprendiendo a escribir “Ángeles,” ubicándola en su realidad de trabajadora, contribuyente y mamá a tiempo completo, anotando con cuidado su nombre en la lista para pasarlo al sobre.
Una moción es un escrito que informa o pide algo a un tribunal. En el sentido más romántico, una carta es una forma de salvar las distancias. Mami, que ha recibido tantas cartas de cobradores y especuladores, sabe que, ante todo, «una carta es una forma de romperse.»* Y de romper también. Mi mamá no se rompe nunca. La relación de mi mamá con el estado está rota para siempre.
La cabeza del documento -el epígrafe– está llena de animales fantásticos. En «Junta de Supervisión y Administración Financiera para Puerto Rico” no aparece la palabra control. La Junta representa al Estado Libre Asociado de Puerto Rico. El Estado Libre Asociado es un espacio endeudado en representación de. Puerto Rico está en otra parte, adonde se va o quisiera irse la gente de vez en cuando, o todo el tiempo. Según el escrito, mami es una acreedora de los deudores. Mami es, cuando menos, una parte interesada.
El gobernador de Puerto Rico tiene razón cuando dice que la cosa es confusa. En una cita no relacionada, escribe Alejandro Zambra en Mis Documentos: “Mi padre era un computador, mi madre era una máquina de escribir. Yo era un cuaderno vacío y ahora soy un libro.” Para quien recibe una carta de la Junta y siente que este gobierno de los acreedores finalmente le nombra, después de diez años de anónima-austeridad y en la proximidad de otra década pérdida-futura, un documento que ocupa el buzón es una señal de orfandad. Mi mamá es la del medio de tres hermanas. No recuerdo el lugar exacto de nuestro buzón, pero bastaría ubicar el número en los apartados para encontrarlo. Cuando estoy lejos, me gusta escribirle cartas, aunque el tiempo solo da para enviarle una o, tal vez, dos.
La prensa reseña que 600,000 personas recibieron o recibirán una carta como esta. Se trata de un aviso a personas -de carne y hueso, corporaciones, organizaciones sin fines de lucro- a quienes el gobierno de Puerto Rico les debe. Bajo el Título III de PROMESA, peligran los intereses de quienes esperan su reintegro, aportan a sus pensiones de retiro o esperan remedio por los daños causados por el estado (como impericia médica, violaciones de derechos civiles, la privación de educación adecuada a estudiantes especiales y más). Las viejas, las trabajadoras, las estudiantes de educación especial, las vilipendiadas, tendrán que ponerse en fila y esperar lo mejor: que en la repartición del País a acreedores-buitres y bonistas-especuladores, sobre lo suficiente para priorizar la dignidad humana. Cuando menos, reintegrar.
El gobierno de Puerto Rico asume distintos discursos: 1) que la cosa es confusa; 2) que la responsabilidad es de quienes se creen que Hacienda es una cuenta de ahorros o un christmas club; 3) que la gente tiene que entender que no hay liquidez ahora mismo y que esto es como quien tiene una casa y una chequera y tiene que ajustarse; pero, sobre todo, 4) que reintegraremos, sin duda. El gobierno de Puerto Rico también insiste, en su forma actual y las pasadas, en otras formas de ejercer -para cansarse- la igualdad. Véanse, por ejemplo, la Comisión de la Igualdad, la Campaña por la Igualdad de Género y las Iguales Condiciones de Empleo.
Dicen los expertos que en los procesos de quiebras no es legítimo discriminar contra las personas -de carne o hueso, corporaciones, organizaciones- con derecho a cobrar. Dos verdades refutables y relacionadas: a) la posibilidad de reintegrar supone la devolución de lo debido y b) el gobierno de Puerto Rico también insiste, en su forma actual y las pasadas, en otras formas de ejercer -para cansarse- la igualdad. Véanse, por ejemplo, la Comisión de la Igualdad, la Campaña por la Igualdad de Género y las Iguales Condiciones de Empleo.
Sin embargo, mami recibió una carta. Su nombre es una cuenta pendiente, entre otras de igual rango. Mientras los poderosos juegan -dentro y fuera de los tribunales- a la reorganización, la austeridad la llama por su nombre. Ella, a sabiendas, abre la carta y le toma una foto. Yo ubico el lugar exacto donde la está leyendo. La mesa de mis papás ha servido para comer, limpiar heridas, contrabando de medicina solidaria, calcular el vacío de fin de mes, celebrar victorias, romper, hacer pancartas, dejar una cacerola lista para la protesta del día siguiente. Una carta de la Junta en esa mesa es un amago pequeñito de autoridad que se pierde en un buzón, en una foto más intercambiada por mensaje de texto. La actualidad de mi mamá está en otra parte, en otras formas de exigir lo debido.
La distancia entre una carta, un saldo pendiente y un nombre es infinita. La distancia entre mi mamá y la Junta es insalvable. Mi mamá hace sentir todo más cerca y sabe alejarse cuando quiere. Llamarla por su nombre no es igual a convocarla. Ya ella está allá afuera, asegurando que un día reintegraremos, en el sentido de todas, nosotras y el porvenir.
*(juancarlosquiñones)

Excelente, me encantó!
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