-Guillermo Rebollo Gil
El tema para la reunión de hoy es Acercamientos a la poesía. Yo tiendo a mirar hacia el piso cuando camino hacia algo o alguien. Así también cuando el tema de discusión me llena de nervios.
Miro al piso porque ahí están mis zapatos. En mis zapatos escribo versos, líneas de canciones. Tengo muchos zapatos, de muchos colores, con muchos pedazos de poemas escritos con sharpie.
Mi acercamiento a la poesía comienza aquí: con mis pies dentro de mis zapatos tocando el piso y yo mirándolos cuando camino o cuando alguien propone, como tema de discusión, la poesía. La mayoría de mis zapatos son Converse. Los tengo rosas y rojos y azules claritos y amarillos y verdes y negros y violetas y azules oscuros.
Yo escribo poesía descalzo porque estoy descalzo cuando estoy en casa, que es donde más escribo poesía. En mi casa miro a todo el mundo a los ojos, para sentirlos más cerca.
Cuando hablo de todo el mundo hablo de mi compañera y nuestros perros. Recién decidimos, mi compañera y yo, que cuando nos mudemos de casa, nos quitaremos los zapatos justo al entrar por la puerta. Yo decido entrar por la puerta de mi casa todos los días al final del día para que nadie en el mundo piense que me he extraviado.
Hace muchos años prometí quedarme cerquita del mundo. Por eso ando con los zapatos escritos como si se tratara de comentarios al margen de un mapa que se va trazando paso a paso; un mapa que es un calco de otro mapa, pues más o menos camino por los mismos sitios todos los días.
Es una manera de quedarme cerca de este lugar que comparto con ustedes. Y con la poesía, supongo. Pues no hay poesía sin esa noción de un ‘ustedes’ y un ‘yo’ en un lugar compartido, o quizás malamente repartido entre los enemigos de la poesía, que son mis enemigos también. Y los suyos. De ahí que podamos hablar de un nosotras, de un nosotros, en este lugar.
No sé si esto cuenta como un acercamiento a la poesía. Pero todas las conversaciones que he tenido sobre poemas empiezan con un nosotros, con un nosotras y un lugar desde donde se lee o se escribe o se camina mirando al piso hasta llegar a la casa, donde hay un mundo esperando, y así.
Eso no es cierto. Muchas, por no decir todas, las conversaciones que he tenido acerca de la poesía empiezan luego de uno haberse extraviado o quizás cuando uno se siente a punto de perderse en el mundo; cuando, digamos, uno, una sabe que es un ‘yo’ pero no encuentra un ‘ustedes’ con el cual hacerle frente al enemigo.
Los enemigos de la poesía son muchos. Infiltran estos lugares. Interrumpen nuestras conversaciones. Intentan convencernos de que la poesía es un lujo o una pérdida de tiempo o una manera de uno perderse en el tiempo o de echar su futuro a pérdida.
Y esto es quizás lo que verdaderamente quiero decir, la poesía no es un lujo.
Eso es una traducción de una cita de Audre Lorde que no he escrito en mis zapatos porque no se me había ocurrido hasta ahora, mirándolos a ustedes aquí, en esta universidad que, como la poesía, no es un lujo. Es un lugar donde se trazan y se comentan los mapas que hacen lucir al mundo más cerca.
El primer par de zapatos que escribí, lo escribí en esta universidad durante la huelga, donde también escribí con tiza las paredes del edificio de Generales nuevo . Los zapatos eran grises. La tiza era rosita. En una pared escribí un poema de Rafa y en otra, uno de Ivonne Ochart. En mis zapatos escribí un verso de Amiri Baraka y otro de Clemente Soto Velez. El de Baraka dice así: “only the fire is real.”
Pero eso no es cierto. A menos que ustedes y yo y este lugar y la poesía también seamos fuego. Entonces sí, solo el fuego es real. Tan real como nuestros enemigos, aquellos que dicen que un compartir como este, hoy, es un lujo.
Un lujo es tener ocho pares de zapatos para caminar por la universidad, cuando bastaría con uno solo, escrito según el poema o la canción que uno tenga en la cabeza. Y dejar el resto para las páginas de la libreta o para las paredes del recinto durante una huelga.
Mi acercamiento a la poesía comienza aquí: buscando adentro y afuera de mí las cosas que no son como la poesía, que no son como el fuego, que no son como este lugar donde estar es un derecho a acercarnos al mundo para aprender a compartirlo.
Yo escribo poesía porque uno a veces pierde su lugar, porque uno a veces siente el mundo demasiado lejos o porque alguien tomó el cantito de mundo en el cual uno más se encontraba o deseaba encontrarse y lo echó a pérdidas o lo repartió malamente.
Yo escribo poesía como llego a mi casa. Porque es parte de la cotidianidad del amor, según lo concibo.
Escribo poesía como las y los estudiantes se van a la huelga, porque urge o porque uno no sabe muy bien cuáles son las cosas que urgen o qué procede hacer, pero sabe que hay que hacerle frente al enemigo. Como sea.
Por lo demás, me escribo los zapatos para siempre tener qué leer mientras camino.
*Texto leído en “Acercamientos a la poesía,” Departamento de Español, Facultad de Estudios Generales, 27 de febrero de 2017.
