adiós, pedreira

-Beatriz Llenín Figueroa

En Mayagüez, me siento con amigxs queridxs a la mesa de un restaurancito de luces bajas y decoración creativa, con larguísima trayectoria propia y de su bonche de regulars, a discutir el montaje de una pieza experimental contra la junta y contra promesa. De mirar el lugar desde la calle, sentarse al lado de los regulars, y ver la programación en la tele, una no imaginaría que de allí saldríamos, mis amigxs y yo, con el plan de hacer laboratorio de creación, ritmos, imágenes, microacciones, palabras, la producción de un “vocabulario compartido.” Antes, había saludado al dueño del restaurancito con el gran cariño que le tengo. A ese espacio llego las más de las veces con otro bonche de gente –feministas, activistas cuir, artistas independientes, filósofxs antipositivistas– nada parecido a sus regulars. Nunca he sentido el más mínimo tufo de represión.

En San Juan, me siento cerca de alguien que no conozco en una asamblea para articular trabajo por la equidad en el contexto de promesa y la junta. Cuando se abre la discusión colectiva, quien está cerca de mí toma la palabra para identificarse como un hombre trans de un pueblo del centro del país. Explica, con una sosegada elocuencia que es mi envidia, el pavor y la inseguridad intensificadas de comunidades vulnerabilizadas por “la lejanía” de la metro, el fundamentalismo religioso, la receta neoliberal y el colapso de la burbujELA. En una palabra, explica el provincianismo de la provincia. Pero manifiesta también otra cosa quizá menos obvia: el provincianismo de la capital. Desde cualquier esquina de nuestro archipiélago que mira la metro, aun con todas sus limitaciones, es “allá” donde parece pasar todo. Añado: un archipiélago tan pequeño debería dar cátedra de descentralización, empezando por la dignidad, el respeto y la justicia.

En Mayagüez, varios días después, lxs amigxs del restaurancito publican un reclamo contra la tácita privatización de espacios públicos –en particular, plazas– que impiden su uso para quien le dé la soberana gana, pero, muy en especial, para el arte de la calle y del sombrero. Aquí, el sombrero se interpreta como “cobro” y el arte significa, cada mil años, recintos cerrados, permisología, eventos “de altura” y boletos que cobrar. Para atestiguar el arte –igual que para ir al mol o al biuti–, aquí la gente se emperifolla con carteras y stiletos de cientos de dólares y anda en sus be-emes que salen de la urbanización Versalles (así como lo lee) para ir a escuchar un concierto en Comala, digo en Yoknapatawpha County, digo en Macondo, digo en Mayagüez. Cuando bajan del be-eme, bendito, dan pena tratando de evitar que los stiletos se vuelquen en las cunetas y que sus ropajes se ensucien con la mugre de la pobreza. El dueño de la plaza –La Honorable Dinastía de Alcalde–, les decía, ofrece contratos para montajes de pirotecnia y mucha luz en las navidades con carácter de exclusividad. (Nadie olvide que en cada uno de nuestros embelecos de estos meses están las tóxicas cenizas). ¡De modo que ni el clown medieval se salva! La plaza no puede compartirse. Después del trompazo rossellado, hablamos de retrocesos históricos, pero solo es un figure of speech o un disparate…

En San Juan, me paso el día entre gente querida conocida y gente querida desconocida que lucha, protesta, resiste y ríe. Hay un evento al que llego al garete con organizaciones y activistas latinxs en los Estados Unidos. Me siento a escuchar una plenaria con algunas de nuestras maravillas humanas relacionadas con el campamento y con las promesas que se acabaron. Pero, después de un ratito, se me manifiesta una piquiña con la que tengo una relación íntima y frecuente, pues es el resultado de atestiguar, desde siempre, cuerpos de hombre tan seguros de sí mismos, hablando por mucho más tiempo, asumiendo –es un dado– su legitimidad y la de sus palabras, mientras que los cuerpos de las mujeres hacen comentarios sobre no extenderse mucho para permitir la participación de otros compañeros y añaden un “no es para tanto” cuando se señala su carácter de persona extraordinaria. Una mujer que, en su primera intervención, nos puso a aplaudir, calentando nuestras corrientes sanguíneas, recibe un corte de pastelillo por el moderador, quien procede a darle la palabra a otro hombre que ya había hablado. En la capital del cul, el patriarcado inmaterial sigue haciendo escante. Antes, una de las traductoras simultáneas con su luk de nuevojipisúpercul, le ha pedido a otra ponente que calienta la sangre que no suichee de español a english y de english a español porque if you do so, no puedo hacer bien mi simultaneous traducción. Diáspora love…

Y así nos la pasamos: creyendo que el provincianismo es exclusivo de la provincia y el factor cul exclusivo de la capital; que la distancia entre San Juan y Mayagüez es mil veces más amplia que la de Mayagüez a San Juan; que un proyecto de país chiquito es indeseable por su escala, en lugar de ser más viable precisamente por su escala; que lo nuestro, en todo y para todo, es el insularismo anticul y que, si nos vamos a la provincia, olvídate, allí sí que no hay pa nadie. Pero, ese nadie no imagina cuánto a mí me reconforta el insularismo, que no es otra cosa que la conciencia de la proximidad del mar.

Adiós, Pedreira.

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tomada de internet, manipulada

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