en las nubes

-Guillermo Rebollo Gil

El señor que es dueño del edificio luce sulfurado. Entra y sale del lobby con el celular al oído. Cuelga para gritarle a los policías. Quiere saber quién manda para poderlo mandar. Observa a las abogadas observadoras con sospecha. Les tira fotos. A ellas. Y a las que protestan. Vuelve a llamar.

El señor que gobernaba al país felicita a la policía por su manejo de las protestas en ocasión de la primera reunión de la Junta de Control en Puerto Rico. Escribe, en su cuenta de Facebook, que si bien todos tenemos derecho a una opinión con respecto a la Junta no todos tenemos el derecho a intervenir en la vida y los oficios de los demás para manifestarla. En su foto de perfil luce optimista. Más que optimista, triunfal. Más que triunfal, ajeno. Enajenado. En las nubes. En el ca…

El señor que es dueño del edificio y el señor que gobernaba al país se parecen en que sus opiniones al respecto de la Junta intervienen en la vida y los oficios de todo el mundo sin que el mundo tenga la oportunidad de tomar conciencia de su intervención. Basta con que los allegados de ambos señores ejerzan su función como miembros de la Junta o del comité de revitalización o del gobierno central o federal, o que figuren en la lista de invitados para la toma de posesión de Ricky o de Trump.

Estos no son los únicos señores. Están los abogados y contables, los oficinistas y mensajeros que se agrupan afuera del edificio en espera de que la fuerza de choque agarre y saque a manifestantes arrestados a la calle para desearle–a viva voz– que los sacudan más fuerte, que las arrastren por más largo rato. Son de la opinión, intuyo, de que pase lo que pase con el país, lo peor que podría pasar en el país es que manifestantes impidan el acceso al séptimo piso de un edificio en la milla de oro. Los señores lucen optimistas de que la policía resolverá la situación. Más que optimistas, lucen deseosos de que la policía restaure de una buena vez el ritmo normal de los días de trabajo. Más que desear, les urge ver el cuerpo de la manifestante esposada, metido a la ligera en una camioneta. Algunos señores aplauden la gesta. Otros la graban. A uno se le cae el celular indeciso sobre qué hacer.

El señor que es dueño del edificio y el señor que gobernaba al país tienen en común con estos otros señores que los últimos quieren lo que los primeros opinan es digno de querer: deudas saldas, días normales de trabajo, todo moviéndose perfectamente en la milla de oro pase lo que pase con el país. Parte de lo que le pasa al país es que un nido de señorío. De señoritos. Uno se me acerca para decirme al oído: «a que no te metes ahora para que te lleven a ti también.» Tenía un sweater muy muy lindo. Y una sonrisa de oreja a oreja.

«En mi edificio yo hago lo que quiera,» responde el señor a la pregunta por qué insiste en retratar a abogadas observadoras. «Porque está en la calle,» responde otro a la pregunta por qué le toma fotos a la compañera arrestada a la vez que alienta a los guardias. «Porque luce triunfal,» intuyo, sería la explicación para la foto de perfil del señor que gobernaba al país. Más que triunfal, en las nubes. ¿Hay nubes en el carajo?

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De la exposición «Nada ha sucedido, el imperio invasor seguirá devorándolo todo» de Mónica Rodríguez

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