-Beatriz Llenín-Figueroa
No puedo pensar. No puedo escribir. No puedo creer. No puedo pensar. No puedo escribir. No puedo creer. No puedo pensar. No puedo escribir.
de
Las explicaciones y los análisis. Las explicaciones y los análisis. Las explicaciones y los análisis. Las explicaciones y los análisis. Las explicaciones y los análisis. Las explicaciones y los análisis. Las explicaciones y los análisis. Las explicaciones y los análisis. Las explicaciones y los análisis. Las explicaciones y los análisis. Las explicaciones y los análisis.
de
Dos mil dieciséis años que no fueron suficientes. Como tampoco lo fueron los miles previos.
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Varias estudiantes me lo escribieron en un imeil. Otras me lo dijeron en clase. Y otras fueron a la oficina a contármelo. Estoy aterrorizada.
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Hoy, todas las agresiones, todos los odios, todas las violaciones están sobre la mesa. Por supuesto que nunca habían dejado de estarlo, como nos informan los comentaristas del (1) yolodije, del (2) hagamosunmemedeinmediato, del (3) aquínohaynadanuevo, del (4) fuckyou. Todos están muy comoditos en su violencia de preferencia para bregar con la inconmensurable, planetaria violencia a que nos asomamos. Por implicación o acusación directa, nosotras, las inconsolables, las que solo atinamos a proponer una política de solidaridad y amor a partir de la vulnerabilidad y el llanto, (1) no nos preparamos lo suficiente para lo evidente; (2) nos regodeamos demasiado en el dolor (siempre entendido como apolítico); (3) no tenemos conciencia histórica; (4) no entendemos la legitimidad de la violencia “dadas ciertas condiciones.” A estos cuatro tipos de comentaristas, que pretenden convocarnos políticamente a algo para resistir, no los quiero cerca. Son, sépanlo o no, estandartes de violencia machista, aquella que concibe los sujetos “femeninos” / “feminizados” como ignorantes, brutos, débiles o ingenuos.
Son esos mismos comentaristas los que, en su suprema profecía, digo, sabiduría, no entenderán jamás que no es lo mismo solapar que desvelar. Eso sí lo entendemos muy bien los cuerpos abyectos “femeninos” / “feminizados.” El desvelamiento y consecuente legitimación pública de un discurso de violación y erradicación de nuestros cuerpos reverbera en efectos cotidianos incalculables, imponderables, impensables. Nunca podremos llevar la cuenta. Los titulares son y serán siempre una microscópica porción.
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Pocos días antes, debía escribir una presentación de un libro para el curso de “humanidades,” “del renacimiento al siglo XX.” Como sí enfrento la imposible realidad, como sí leo, como sí tengo conciencia histórica, ya había tenido ataques de pánico anticipando los resultados en el horizonte de la “democracia del voto.” La sola idea de salir a la calle era lo mismo que verme atacada en llanto y temblores. Me forcé entonces a escribir la presentación porque el deber tiene conmigo una relación tiránica.
Ahora creo que estaba escribiendo una carta de amor. A la literatura, a la utopía, a la justicia, al planeta, a lxs estudiantes, a mí misma. Las cartas de amor son siempre manifestaciones de vulnerabilidad, y a partir de ella, propuestas de encuentro… y de acción sobre la base de ese encuentro. ¿Huele a política?
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Escribí:
Cada palabra es un archivo de cadenas o de utopías.
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Escribí:
Ese archivo lo compartimos, por lo que también, comprendiendo a plenitud el énfasis de la filosofía tojolabal en el nosotras y en el escuchar, escribo esto como resultado de quienes me escuchan, pues de otro modo, no habría palabra. He procurado escribir escuchando el silencio de las y los estudiantes en este anfiteatro, que es tan activo ahora [larga pausa] como mi volumen. Ustedes, estudiantes, son la razón de ser de nuestro trabajo, de la universidad y de este libro.
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Escribí:
La mirada que nos proporciona el imaginario conceptual de las palabras “Occidente,” “Humanidades” y “literatura,” debe pluralizarse desde nuestra esquina del planeta: pequeño archipiélago y ancho mar. Es una esquina colonizada, violentada, quebrada (por “Occidente,” por el antropocentrismo, por la palabra escrita en lenguaje imperial…), pero persistente, bullanguera, vibrante mescolanza. Estudiantes, las literaturas, todas, son siempre una convocatoria abierta al cambio y a la transformación, a otros mundos posibles al interior de este, a otros modos de imaginar la vida y la muerte, a otras miradas más allá de la prisión voyerista-narcisista de facebook y el reality tv. Cuán distinto es todo si lo miramos desde los ojos del perro abandonado a orillas de la playa, del cuerpo intersexual quirúrgicamente intervenido al nacer, del turpial que canta en una rama siglos antes del twit, o desde los cuerpos negros con cadenas coralizadas bajo el Atlántico…
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Y las últimas dos oraciones:
Si algo logran los espejos de la escritura es recordarnos el pesado archivo de las cadenas e invitarnos a transformar cada palabra en el esperanzador registro de la utopía. ¡Que el viento se lleve siempre esa palabra, “utopía,” a todas partes!
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Antes, cuando adolescente, creía que la realidad me parecía imposible porque no leía suficientes noticias. Ahora que me atosigo a todas horas explicaciones y análisis de los miles de años que no fueron suficientes para evitar esta catástrofe, parece que solo tenemos –unxs más que otrxs, no lo olvido– la calle y el cuerpo, heridos de muerte. Desde ahí, tendré que salir.
