– Ariadna M. Godreau-Aubert
Cuando pequeña escuchaba a la gente decir que a las nenas no se les toca ni con el pétalo de una rosa, porque las nenas son de cristal. Algo infinitamente bueno y mordaz sucede cuando se descubren las grandes mentiras. Las nenas no somos de cristal. Cuando nos quebramos -o nos quiebran-, los políticos, funcionarios y demás no se sienten convocados a llorar, rabiar y repararnos. Tampoco se asignan brigadas de sanación o presupuestos reparadores de la violencia. Nuestras fracturas son insalvables.
Una figura sobre utilizada en los escritos de analistas amateurs es la de la familia que acepta mudarse a una casa de cristal en un centro comercial. La imagen sirve para señalar lo indigno en el intercambio de uno o dos meses de privacidad por un poco de dinero o un vale para comprar una casa de verdad, a descuento. Pero la indignidad, como la transparencia, es una vía de dos direcciones. Los ojos inescrupulosos son, a saber, los que miran desde afuera y los que miran desde adentro también. Como dato curioso, algunas veces -¿la mayoría?- estas casas de cristal no tienen techo.
El valor de las lágrimas de cristal debe ser proporcional a la veracidad de una lágrima de cocodrilo. Las glándulas lacrimales de este reptil están activas todo el tiempo. La veracidad se mira en función a la emoción. A la emoción que provoca un cristal destrozado se le llama conmoción. Los costos de esta última se estiman en $1 millón de dólares. Una vez conocí a un alcalde que usaba botas de piel de cocodrilo. Mientras hablaba, cruzaba y descruzaba las piernas sin parar. La tristeza de ver a un animal hermoso aleteando después de muerto es invaluable. El alcalde mentía, sin emoción.
Las relaciones con los vasos de cristal son complejas. Están marcadas por la sospecha. Las labores más simples -beber del vaso, lavar el vaso, sacar el plato que está junto al vaso en el escurrido, colocar otros trastes junto al vaso- son actos inútiles para retrasar lo inevitable. Un día cualquiera, por un acto deliberado o no, un vaso se transforma en mil astillas invisibles, regadas en el suelo de la casa, indiferentes a la paranoia y a la escoba. Y de repente, la certeza de que un pie desnudo logró lo que no pudieron mil ojos. A veces se es el vaso. Otras la astilla. Otras la sed.
La dependencia del cristal con el que se mira establece distancias. Estar a la misma vez dentro de pero lejos de un proceso histórico es no poder mirar. Los cristales a través de los cuales miramos están administrados por la Gerencia. La Gerencia tiene techo de cristal y por eso administra lo visible. Cuando miles y miles se convocan para compartir la rabia y la indignación, algunos se apresuran para idear la cortina que separa de: gas, humo, macanas, un cristal destrozado. La falta de nutrientes afecta la visión, cierto, pero en algunas especies el hambre agudiza los sentidos. Las hambrientas ven en la oscuridad, a través gas, humo, macanas y cristales destrozados. Miran como sólo pueden mirar las invisibles.
