su cuerpo no es mío

-Vanesa Contreras Capó

El próximo 24 de abril se conmemora el día en contra de la experimentación en animales. Esta fecha se utiliza por muchas organizaciones animalistas para recordar que, en pleno siglo XXI, seguimos utilizando a otros seres vivos a nuestra conveniencia sin tomar en consideración que son seres sintientes y que su lugar en este planeta que compartimos es tan importante como el nuestro. Para las personas que nunca habían escuchado sobre esta fecha podría parecerles que es una conmemoración nueva, a tono con una época en donde el veganismo y la conciencia por el bienestar animal cada vez tienen más arraigo en nuestras sociedades.

Sin embargo, este día, impulsado por la Asociación Internacional contra los Experimentos Dolorosos en Animales (AIAAPEA), se aprobó en 1979 . Ese año también se fundó la asociación de Médicos Contra la Experimentación Animal en Alemania. Además, esa fecha fue acogida por la Organizaciones de Naciones Unidas (ONU),  lo que le garantizó un estatus internacional y ayudó a que esta se conociese y conmemorase en diferentes partes del mundo. De hecho, si miramos más atrás en la historia animalista, encontramos que dos años antes, el 23 de septiembre de 1977, se aprobó la Declaración Universal por los Derechos del Animal propuesta por la Liga Internacional de los Derechos del Animal, y que un año después fue suscrita por la UNESCO y por la ONU. En esta, se estipula que las muertes de un gran número de animales, como ocurre en nuestras granjas industriales, es un genocidio y que todo acto que implique la muerte de un animal es un biocidio.

Lo alarmante de toda esta información es que parecería que nada de esto existe porque gran parte de nuestras vidas está relacionada, de forma directa o indirecta, al maltrato, la explotación, la tortura y la muerte de una inmensa cantidad de especies de animales.

Se calcula que hoy en día alrededor de cien millones de ratas y ratones sufren todo tipo de experimentos, desde psicológicos hasta físicos, en los laboratorios de EE.UU; el número es uno de los más altos porque estos animales, cuyo sistema nervioso es bien parecido al de los humanos, no están protegidos por ninguna ley de protección de animales. Sin embargo, las pocas leyes que existen para las otras especies, aunque ayudan a reducir el número de víctimas, no evitan que sigan usándose para experimentos. Más de cien millones de animales vertebrados (simios, gatos, perros, peces, vacas, ovejas, reptiles, pájaros, entre muchos otros) son torturados para propósitos “investigativos” en el mundo. Los experimentos no solo se hacen en laboratorios, también se hacen para propósitos militares. En EE.UU se mutilan a más de 10 mil animales vivos en  entrenamientos  militares.

La mayoría de las personas que están a favor de la experimentación científica en animales utilizan siempre el mismo argumento:que ésta ha funcionado en algunos casos y ha logrado crear curas para algunas enfermedades. Sin embargo, bajo ese argumento podríamos decir lo mismo con la experimentación con seres humanos, de hecho, es más “exitosa”.  Sin embargo y, afortunadamente, para la gran mayoría pensar en que eso se ha llegado a hacer, y todavía se hace, nos horroriza. Por lo tanto, esa no puede ser la respuesta que siempre recibimos las personas que denunciamos la explotación de los animales.

Si somos capaces de reconocer que son seres vivos que sienten dolor y que sufren física y psicológicamente. Si reconocemos señales de tristeza cuando se les aparta de sus comunidades. Si somos testigos de la reacción de muchos animales cuando por primera vez en su vida  salen de un laboratorio y sienten el sol. Si nos enternece ver las fotos de las madres con sus crías. Si cerramos la computadora cuando aparece un video inesperado de una cámara oculta en un laboratorio donde se experimenta con animales, ¿qué más necesitamos para arreciar esta lucha? Para la feminista Carol Adams la pasividad de muchos consumidores ante  los productos “testados dermatológicamente” se debe a lo que ella llama el “referente ausente” es decir, ignorar en qué cuerpos han sido probados esos productos y bajo qué condiciones. De esa manera se impide que se tome verdadera conciencia sobre el daño que se está infligiendo a otros seres. Hasta hace pocos años el referente ausente logró que las compañías hicieran cualquier tipo atrocidad a los animales, sin embargo, hoy en día, gracias a las redes sociales, la tortura ha quedado expuesta y se han pasado varias leyes para reducir (aunque se debe eliminar) el daño.

El especismo es el discrimen hacia otras especies simplemente por no ser seres humanos. Al igual que el machismo o el racismo, el especismo también jerarquiza, pero esta vez la jerarquía no se da entre personas sino entre especies. Este discrimen, al igual que otros, lo vamos aprendiendo y naturalizando desde que somos pequeños. Nos educan para pensar que los seres humanos tenemos el derecho de usar y abusar del resto de los seres vivos a nuestra conveniencia porque “la razón” es la que nos hace superiores al resto. El famoso “pienso luego existo” lo llevamos en el tuétano hasta el punto de llegar a pensar que el resto no piensa y por lo tanto su existencia debe estar condicionada a nuestras necesidades. Y aunque esta explotación la vemos en la mayoría de los países, occidente y las sociedad occidentalizadas han impuesto un sistema de vida que nos separa de nuestro hábitat natural . Así se impide cualquier tipo de interacción  con otras especies, más allá de los animales domésticos. Si bien sabemos que algunas culturas indígenas consumen carne y preparan curas con productos animales, su relación con otras especies no está basada en la explotación, se reconoce el valor de las diferentes especies y la necesidad de estas para la supervivencia de todos.Aunque la explotación de los animales se da en diversos lugares, no podemos ignorar el discurso colonial predominante que ha querido posicionar a los “hombres frente a las bestias”. No es casualidad que ese sea el discurso que se utilice para defender las corridas de toros o los rodeos como eventos culturales.

Luchar en contra de la explotación animal es luchar contra un sistema político y económico que nos aísla cada vez más de nuestro ambiente y nos enseña a vernos como seres superiores frente a las otras especies; es luchar contra un patriarcado que tiene que medirse y probarse continuamente violentando otros seres vivos; es reconocer que, al igual que con el racismo y el machismo, nos toca mirarnos hacia adentro y reconocer que también hay un privilegio de especie que debemos señalar y eliminar. Si las personas que nos asumimos feministas defendemos el derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos, y gritamos la consigna “mi cuerpo es mío”, entonces, como parte de esta lucha, deberíamos también defender que “su cuerpo NO es mío”.

for loving not testing
foto tomada de redes

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