-Beatriz Llenín Figueroa
Not only must I summon the courage to be a bad writer — I must dare to be truly unhappy. Desperate. And not save myself, short-circuit the despair.
By refusing to be as unhappy as I truly am, I deprive myself of subjects. I’ve nothing to write about. Every topic burns.
(Susan Sontag, 19 de junio de 1976)
En el principio, fue la ira.
*
And then, you act es el título de un libro de la directora teatral Anne Bogart, publicado en el 2007. El verbo ‘actuar’ es aquí expansivo. No se trata solo de actuar con la conciencia de así hacerlo, como en el teatro y otras artes vivas. Del libro se desprende que, si se cumplen ciertas condiciones que vuelven el acto tan imprescindible como una volcánica erupción, se habrá actuado en el mundo con la intensidad suficiente como para transformarlo.
Bogart escribe que la voz de una humana es grande si se la experimenta como una fuerza tonal que carga consigo todas las ancestras, empezando, justamente, por las del principio, las que, para no morir, hablaron. Hablaron por primera vez. También declara que uno de los actos más radicales en el actual contexto de inexactitud –con el tipo ese más aún– es completar una oración.
Añado que es todavía más radical si lo hace un cuerpo que carga consigo los genocidios de la historia, un cuerpo de mujer, un cuerpo negro, un cuerpo pobre, un cuerpo raro. Hay cuerpos, tantos, tatuados con un destino de muerte a manos de otros. Ese destino comienza siempre con algún tapabocas. No entiendo tu lenguaje, luego te mato. Sht, sin chistar. Que te calles. Porque yo lo digo. Que si abres lo boca, te parto la cara.
*
No pretendo ni deseo hablar por nadie. Pero, siento, ¡cuánto siento!, el peso de las voces de mis ancestras, y también, de mis contemporáneas. Siento, cuánto siento, una inmensa responsabilidad por lo que escribo, tan torpemente. Asumo como un deber que estas palabras, ¿cómo las diré? ¿cómo las escribiré?, puedan constituir un cuento de otro origen. Que sean un acto, modesto, para ensanchar las memorias minerales de los cuerpos legítimos, asesinados por ganadores ilegítimos.
¿Es posible el acto, en el sentido de Bogart, de nombrar otro origen en nuestro presente tan desengañado de la metáfora? Me ahogan los números y los expertos, la esfera de lo pragmáticamente “posible,” la innovación y el emprendimiento. El régimen de la racionalidad de la ganancia nos ha orillado en este apocalipsis. Por eso sé bien que las locas son mi equipo. ¿Acaso es imposible comprender que aquí no hay quien viva, que no hay quien soporte este asalto sin construir otro mito de origen y quedarse allí, loca, bruja, irracional? Decir hasta aquí. Trazar la línea. Quitarse el tapabocas. Chistar. Que a mí no me callas ni tú ni nadie. Que yo hablo por mi diferencia.
*
Construir algunas oraciones sobre las que asumir responsabilidad es lo único que me planteo como acto en este día, a sabiendas de que están enlazadas una detrás de otra sin corresponder a imperativo alguno de cohesión ni fluidez. Mi cuerpo no es cohesión, sino hendidura. ¿Fluye, de veras, el río? Cada piedra, cada escollo, cada tronco, cada criatura detiene el curso del agua, lo acelera, lo retrasa, lo hiere. ¿Acaso el agua, rajada, no se transforma con cada encuentro? Así me transformo yo con esta ira a cuestas, con los cuerpos descuartizados, pero a gritos, de mis ancestras. Con un fuego que no me corresponde (porque mi biografía, tan ínfima, ¿qué importa?), pero por el que soy responsable y al que no faltaré.
Extenuada y herida (es tanto y tanto el dolor), la noche de las firmas de guerra contra nuestros órganos me asomaba a la conclusión –que no es mía, sino de muchas de mis locas ancestras– de que nos odian porque albergamos el poder supremo de parir la vida. No lo olvidemos: es un poder. ¿Qué hacemos con él?
*
En el principio, fue la ira. And then, you act.
