Aeromeme

-Javier Román Nieves

 Está bien que tengan que pasar por mí para entrar y salir de la capital de Puerto Rico, pero nunca pensé que me llenarían con tantos memes.

L. Muñoz-Marín

 El détournement es lo contrario de la cita, de la autoridad teórica falsificada siempre por el solo hecho de haberse convertido en cita; fragmento arrancado de su contexto, de su movimiento y finalmente de su época como referencia global y de la opción precisa que ella era en el interior de esta referencia, exactamente reconocida o errónea. El détournement es el lenguaje fluido de la anti-ideología.

T. Pumarejo

 

Ay Luis, ¡si tú supieras! Acabo de ver tu nombre una vez más, en letras blancas sobre el montículo en la entrada al aeropuerto que lo lleva en tu honor. Siempre me fijo cuando paso, sea yéndome o buscando o dejando a alguien, porque fíjate que de llegada o de regreso no se ve. Te lo digo yo, que ya me he ido dos veces sin intenciones de volver. Algún día lo cambiaremos a fuerza de necesidad, como se lo han cambiado a tantos estadios en los estados, tú sabes, alguna multinacional lo adoptará. Aeropuerto Internacional Coca Cola, o qué sé yo.

El carro pasa por debajo del puente de la pista, desde donde cuelgan los anuncios de “Thanks for visiting, come again!” o como sea que dicen. La verdad esta vez ni estoy pendiente porque ya no sé si estoy de visita permanente o qué carajos. Además tengo la vista en el App de Uber, viendo cuánto se va echando el chofer pues estoy medio corto de tiempo (casi siempre). Sé que me va a salir más barato que los $22.00 con los taxis blancos. No me importa, hay necesidad y al final los otros taxistas tampoco ganan mucho.

El terminal es “el otro, el B, donde se queda todo el mundo. El único que tiene su propio terminal es Jet Blue”, anuncia el chofer, cuyo nombre olvidé. Debe ser como mi nombre en los cafés, al final no debe importarle mucho a nadie.

De madrugada ya empieza el tapón creado por los dobles, triples y hasta cuatruples estacionamientos que invaden los carriles de la vía principal. Ese afán boricua de estacionarse en la entrada siempre será un misterio, aunque se base en no querer caminar. Le digo al dude que me deje justo ahí, que yo camino.

El Mesón es el único indicio de la normalidad en aquel interior trastocado por infinitas renovaciones hasta volverse formalmente una especie de favela portuaria. Un día cierran acá, otro día cierran allá. Un pedazo se ve cabronamente nuevo a la vez que otro se ve jodido y olvidado. Así es Puerto Rico entero si venimos a ver. Ay Luis, ¡esto se ha vuelto una colección de memes!

Le picheo a la fila de la inspección de agricultura porque lo que llevo es un carry-on y me voy directo a las pantallas para sacar mi ticket y seguirlo pa’dentro. Me acabo de enterar que se puede sacar digital. Bueno. Le pregunto a un aeromozo si tengo que pasar el bulto de mano por la inspección de agricultura. Me explica que “se supone que sí, pero si no, te lo chequean cuando pases por la puerta”. Bien. Estas medias verdades tienen su uso.

Frente a la puerta—que son realmente dos—han puesto de un tiempo para acá un laberinto de postes atirantados. Un barandal de metal negro y acrílico separa los viajeros de los demás en ese punto. Es el lugar de despedida. Está en medio del pasillo. La iluminación no tiene nada especial. Ni el piso. Ni el techo. Por lo menos no hay tanta publicidad ahí. Las personas se agarran a ese borde mientras ven sus seres queridos desaparecer en la distancia, entre la fila de los rayos x. Algunas personas se vuelven a ver ya desde adentro, por entre las múltiples transparencias. Me ha tocado estar en ambos lados. Me volverá a tocar. Ay Luis, ¡es bien triste pero que se joda! Hay que ir donde haya amor y trabajo. Eso sí, me imagino que nunca soñaste con que este lugar llevaría tu nombre.

El espectáculo de seguridad siempre me recuerda a septiembre 11 y al cabrón que se puso la bomba en el zapato (y al boricua que también se fue enrreda’o ahí, pq siempre hay uno de nosotros en todo). Del otro lado por lo menos el duty-free está abierto. Es el primero y el más grande del terminal, que como en todo el mundo, parece ahora más un shopping center que otra cosa. Por lo menos no hay que pagar un centavo de IVU ni de impuesto municipal. Es un alivio al dolor diario cada vez que miras un recibo de compras. Se siente bien comprarle un Barrilito Tres estrellas al amigo que me va a hospedar.

Aquí atienden a uno ahora como en una tienda de ropa. Un empleado ofrece un shot de whiskey “para que vayas calentando motores” y yo me apunto, aunque no era a mí. Pregunto por café de aquí mientras pago y me traen eso. Me dicen que no tienen, pero que hay dos otras tiendas más adentro donde sí lo venden. De salida miro la pared “Best Regional Coffee” que tienen y la reconozco del post que hizo viral Manolo Cidre (ninguno de los cafés es de aquí). Me sonrío. Aquí como que hay un meme en cada esquina. ¡Ay Luis que mierda!

Esquivo las estanterías de perfumes como quien se estaciona en el Sears de Plaza las Américas y quiere atravesar la tienda lo más rápido posible. “Good morning! ¿Encontró lo que quería? Can I help you?”, me preguntan en inglés. Igual me pasa a veces en el campo y hasta en el Viejo San Juan.

Al final del pequeño shopping mall, se despliega un mural fotográfico de la ciudad amurallada, en eje con el pasillo principal hacia los gates. Frente a este hay varios sillones de madera. ¿Quién se sentará allí en medio de una zona de tráfico peatonal intenso? ¿Para qué tener la imagen de algo que se supone que uno vea en persona? ¿Cómo es que nos caricaturizamos tan fácilmente? Recuerdo que en otro lado del aeropuerto tenían una fachada de calle sanjuanera. Me acuerdo que en los Caribbean Cinemas de Plaza había una también. ¿Cómo fue que llegamos a simularnos tanto nosotros mismos? Nunca he entendido, pero aquellos sillones frente al mural fotográfico se ven bien tristes. Hacen un meme nihilista.

La única esperanza es el poste de la Medalla de barril que se alza medio congelado y todo sobre la barra nondescript del primer restaurante del terminal, que también parece el más prometedor. Pregunto el precio antes de pedirla. “Vale $10.95” me dice el bartender. “¿Ese vasito?” pregunto incrédulo. “Sí”. Paso. Con eso bebo Medallas dos días corridos en casa, con una vista real. Mejor me tomo algo en el avión, igual me sale más barato.

Camino al gate veo una primera fila de las tragamonedas de casino que pusieron. Nunca las había visto. Detrás de ellas hay un cruzacalle de una universidad donde llegué a trabajar. me gustaba mucho pero botaron al decano por razones políticas. Yo dejé ese trabajo en solidaridad. Nunca hagan eso.

Nadie juega a esa hora. Ni en esa fila de máquinas ni en las otras, que van apareciendo fila por fila. Se ven bien awkward, son como una aparición, no pertenecen. Dan hacia un amanecer muy bonito que todo el mundo ignora. Muchas están rodeadas de anuncios, obviando completamente que en ese contexto sus significados se vuelven pura melcocha. ¿No es la vida en sí suficientemente azarosa como para seguir probando suerte después de una despedida o acabando de llegar? Es que irse o quedarse es de por sí una apuesta. Claro, debe haber gente con tiempo y dinero de sobra. Mucha. Ay Luis, ¿estarás riéndote de nosotros o revolcándote en tu tumba? Por lo menos nos podemos ir, pasando por ti, claro. Your Saturday morning trip with Uber $10.14. Todo parece un meme.

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Foto por Javier

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