-Guillermo Rebollo Gil
Ben & Jerry’s recién hizo público su apoyo al movimiento Black Lives Matter, denunciando el racismo sistémico en Estados Unidos. Yo acostumbro ir a su tienda de Torrimar donde Black Lives Matter bien podría ser el sabor del mes y aun así, la mayoría de los residentes no se daría por aludida ante cualquier alegación de racismo en el área.
O en el resto de la isla, for that matter.
Hoy vine en busca de prueba de la existencia de un sistema de opresión racial. Reconozco al menos tres personas en fila. El rostro más negro le pertenece a un personaje en una película de Disney en pantalla. Entre las otras caras más o menos conocidas está la de un pariente de Ricky Rosselló. ¿Cuál será el sentir de Ricky en torno a cómo la vida de algunas personas cobra importancia según su raza y la de otras no? ¿Por qué será que esta pregunta no se le ha hecho a ningún candidato a la gobernación de este país? De que nunca.
Es mentira. Vine porque me gusta mucho el helado. Y porque soy parte (que se beneficia) del sistema. Y porque mi vida importa más que la de la mayoría. Al menos eso aprendí hace algún tiempo, muy cerquita de Torrimar, de hecho, cantando Salimos De Aquí de camino al colegio.
En las redes hay quienes llaman a un boicot de Ben & Jerry’s por su apoyo a “comunistas” y “terroristas” y “negros separatistas.” Es el tipo de cosa que hacen los blancos de allá. Los blancos de acá, en cambio, salimos a comer helado entre iguales. A eso en derecho le llaman segregación de facto. En sociales, racismo sistémico. Pero en este vecindario es una noche cualquiera de semana.
¿Sería posible un boicot a Torrimar desde el Ben & Jerry’s de Torrimar? O al menos una pasquinada amplia para asustar: lo primero que se pierde es el control de acceso. O quizás lo que procede es un boicot a la elección toda vez que hay mayores probabilidades de conocer el sabor de preferencia de cada candidato que de escucharlos hablar acerca de cuáles vidas les importan más y por qué. A eso en derecho le llaman cuestión política. En sociales, carencia de una cultura política rica. Pero en la isla es un año cualquiera de elecciones.
A mi salida, un policía me abre la puerta. Me desea buenas noches. Es el tipo de cosa que hace la policía de aquí. Y la de allá. Dependiendo de quién necesite pasar.
Soy empleado de Ben & Jerry’s en uno de los tres que actualmente operan en la isla. A través del tiempo como trabajador, a mitad de turno me encuentro haciendo análisis en cuanto las campañas políticas que lleva acabo la compañía de Ben & Jerry’s y como aquí en la colonia esas campañas son básicamente nulas. Este año, el enfoque de B&J era el hacer campaña para la democracia (Democracy is in your hands social campaign) y exhortar a los consumidores a que salgan a las urnas. Se colocó una cajita en cada tienda, con sus diseños haciendo referencia a edificios que se encuentran en Washington D.C., con un ‘post-card’ para que se lo envíen a sí mismos como recordatorio para salir a votar. Mejor aún hubiese sido un diseño relacionado a esos edificios de Nueva York donde se reúne la Junta de Supervisión Fiscal. ¿Democracia? ¿Dónde? ¿Mantecado? No problem! Luego de unos días se decidió quitar dicha cajita ya que nadie realmente lo estaba utilizando. Esto también se puede vincular con la campaña de BLM, asuntos que trae la franquicia dado a la posición politico-social de la compañía pero que nos llega sin ningún contexto de la situación de la isla. Me parece irresponsable de parte de la compañía que se tilda de progresista-izquierda que ni siquiera toman en cuenta en sus reuniones de mesa larga sus tiendas en Puerto Rico y como claramente sus campañas políticas no cuadran, pero claro, hay tanta ganancia monetaria siendo exportada hacia Unilever, pues por qué no acoger a estos consumidores blanquitos que les encanta la retórica de izquierda anti-GMO pero al final del día prefieren pagar $2.25 por ‘Boxed Water’ que agua filtrada local de Carraízo o La Plata.
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