los privilegios y la UPR

Teresa Peña Jordán

I

Yo no estudié en la Universidad de Puerto Rico, lamentablemente.

Terminé los estudios secundarios en una escuela privada en inglés y solicité a varias universidades: todas en Estados Unidos, ninguna en Puerto Rico. Mi deseo principal era irme de Mayagüez y obtener “la mejor educación” que estuviese disponible para mí. Mi privilegio de clase me lo permitió y mis prejuicios coloniales me motivaron en su búsqueda.  Estaba equivocada.

Al ingresar en Carnegie Mellon University, me di cuenta que ese no era el lugar para mí. Regresar a Mayagüez o, incluso, cambiar de universidad, significaría reconocer mi fracaso. No estaba dispuesta a eso. Permanecí. Fue un error.

Una querida profesora nacida en Cuba y criada en Nueva York, me enfrentó a mis privilegios. Yo era puertorriqueña, pero mis privilegios de clase y raza me distinguían de otrxs compatriotas, particularmente de aquellxs de escasos recursos económicos e hijxs de la diáspora. La Universidad me consideraba, institucionalmente, como parte de una minoría étnica, pero no todas las minorías eran iguales. Evidentemente, había minorías dentro de las minorías. Importante lección.

Al año de graduarme de Psicología, comencé mis estudios de maestría en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Pittsburgh. Me interesaba entender mejor los fenómenos y las prácticas culturales y políticas que afectaban la vida de lxs hispanxs en los Estados Unidos y en sus países de origen. Al ser aceptada, la directora del Departamento, en aquel entonces, me advirtió que estaría en desventaja en comparación con los demás estudiantes graduados. Tenía razón. Aunque proveniente de una universidad de alto prestigio, la ausencia de una formación general crítica, liberal y humanística, se hacía notar.

Con el apoyo intelectual y las tertulias constantes con mis compañerxs de estudios, terminé la maestría y, contra el pronóstico inicial de la directora, procedí exitosamente hacia el doctorado. Conocí a amigxs que venían directamente de América Latina. Algunxs apenas hablaban inglés; otrxs traían, con cierta dificultad, a sus parejas e hijxs a vivir en un país extranjero. Sus compañerxs sobrevivían con la precariedad del sueldo de un estudiante graduado o recurrían, incluso, al trabajo ilegal en la ciudad. Sufrí con ellos encuentros azarosos con la policía, dificultades para obtener licencias de conducir, abrir cuentas de banco, expresarse claramente o enviar dinero, por poquito que fuera, a sus países de origen. Entendí entonces el privilegio de haber obtenido una educación bilingüe y, sobre todo, de ser ciudadana del país en que estudiaba y residía.

Tras graduarme, decidí regresar a Puerto Rico. No podía imaginar vivir más tiempo fuera de la Isla, y deseaba con ansias crear allí mi propio camino. Me di el lujo de no buscar empleo en los Estados Unidos. No tenía deudas ni nadie que dependiera de mí. Me favorecían, sin darme cuenta cabal de ello, varios de mis privilegios.

Con suerte, al par de meses, conseguí empleo en una escuela secundaria. El trabajo, sin embargo, no era nada fácil. Tampoco lo era el prejuicio que tenían lxs jóvenes y sus padres contra el aprendizaje del español –clase que enseñaba- en esta escuela privada y, principalmente, angloparlante. No me importó que mi familia y compañerxs de estudio esperaran de mí un trabajo universitario, mas me sentí liberada cuando me pude ir. Reconocí entonces, como nunca antes lo había hecho, el invisibilizado mérito de lxs maestrxs de escuela, profesión tan desvalorada económica y socialmente en Puerto Rico.

Afianzada en el privilegio de mi diploma, respondí a los 29 años de edad a una Convocatoria de acervo de profesores del Departamento de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. En poco tiempo, y ansiosa por el cambio, ingresé como profesora por contrato a tiempo completo en la Facultad de Estudios Generales de la UPR-RP. Fue un sueño hecho realidad.

II.

Las dificultades y privilegios que he experimentado como profesora en la UPR, Recinto de Río Piedras, no son el tema principal de esta reflexión. Sin embargo, son su razón de ser.

La UPR me ha marcado profundamente y le debo, sobretodo, el haber encontrado un sentido de hogar en mi país. Es, hay que reconocerlo, un hogar precario, incómodo,  inestable y, con frecuencia injusto, pero es un espacio donde pensar, ser y estar. A su vez, es un privilegio ver cómo se encienden las caritas de lxs jóvenes puertorriqueñxs -sin olvidar a mis queridxs estudiantes dominicanxs o domirriqueñxs-, al escuchar una nueva idea o descubrir una nueva manera de pensar o actuar en el mundo.

Sin embargo, desde mi primer día de clases, les aseguro, yo he sido la más que ha aprendido. Aprendo de los sueños, los cuestionamientos, los retos, los talentos, las ilusiones, los miedos y las esperanzas de mis estudiantes. Aprendo de la preparación constante de nuevos cursos. Aprendo también, como aprenden lxs estudiantes, al observar y reconocer la diversidad de sus compañerxs y profesorxs, y al caminar por un hermoso recinto rodeado de árboles, donde las artes, el deporte, las humanidades y la música conviven con las ciencias, la arquitectura, el derecho, la historia, la economía, entre muchas otras ramas del saber. Aprendo, también, cuando haciendo una pausa en la ajetreadísima agenda de la profesora, logro escuchar a algún colega discutir sus trabajos, proyectos o investigaciones en algún foro académico.

Algunxs me dirán que mis privilegios no me permiten ver la realidad social de la mayoría del País, por lo cual siempre he evitado hablar de los mismos, un tanto por sentimientos de culpa que arrastro de mi formación católica, y otro tanto, por miedo a ser señalada y criticada como riquita, blanquita o ignorante privilegiada. Sin embargo, el silencio ya no es una opción para mí.  

Tal vez sea todas esas cosas. Y tal vez, hoy me atrevo a escribir sobre mí debido a cierta seguridad que me proporcionan algunos de mis propios privilegios. Pero, de momento, quiero dejar algunas cosas claras y compartir otras observaciones, tal como yo las percibo y entiendo:

  1. En cuanto profesora por contrato a tiempo completo (del 2006-2010) por 5, 9, 10 u 11 meses; en cuanto por varios de esos meses y los veranos, se me negó la posibilidad de seguro médico; en cuanto por muchos de esos años –particularmente en el Departamento de Humanidades- se me ofrecieron los peores horarios debido a mi poco seniority; en cuanto, generalmente, no se sabe qué tipo de contratación se tendrá hasta el comienzo del año académico; en cuanto en el 2010, a raíz de la Ley 7, perdí mi empleo en la UPR sin importar mis cualificaciones; en cuanto al no encontrar trabajo a tiempo completo en mi país, tuve que aceptar un trabajo como profesora en los Estados Unidos por un año; en cuanto al regresar a la UPR en el 2013 tuve que aceptar trabajar a tiempo parcial cobrando aproximadamente ¼ de lo que otros colegas con plaza cobran, probablemente con más estudiantes y, ciertamente, con menos beneficios; en cuanto he visto cómo, en ocasiones, se escogen las contrataciones a tiempo completo sin una competencia justa y transparente; en cuanto fue apenas en la última reunión extraordinaria del claustro que pude votar por primera vez en una asamblea, a pesar de haber enseñado 9, 10 y 11 créditos, desde el 2013 hasta el 2016; en cuanto este año cuento con un contrato a tiempo completo (afortunadamente) pero que termina en verano; en cuanto por estas y muchas otras razones, desde que ingresé a trabajar como profesora en enero de 2006, la UPR ha estado, de múltiples formas, cerrada para mí.
  1. Por otro lado, a pesar de las dificultades, he podido ejercer un oficio que disfruto y me enorgullece. La libertad de cátedra que tanto agradezco y defiendo me ha permitido crear nuevos cursos que considero relevantes para una práctica crítica y contestataria. Al enseñar esos cursos, aprendo tanto de mis lecturas como de mis estudiantes. Algunxs de esxs estudiantes me han enseñado que existen muchos otrxs privilegios, tales como el privilegio de ser llamadx con un pronombre de género que no te violenta como persona, o el privilegio de ser una persona neurotípica, o de no tener dificultades de acceso a salones o espacios de enseñanza debido a alguna discapacidad física.
  1. A su vez, colaboro con el Programa de Estudios de la Mujer y el Género, que más allá de los extraordinarios cursos que ofrece por profesorxs comprometidxs con la equidad y la justicia social, intenta crear un espacio seguro para todxs.
  1. También, existe un maravilloso grupo de jóvenes estudiantes activistas, creadorxs y mantenedorxs del Huerto Semilla UPRRP, que reconocen la importancia de fomentar otras prácticas no jerárquicas de enseñanza y participación; que integran críticamente y valoran el conocimiento de nuestrxs ancestrxs para fomentar el presente y el futuro; que luchan y actúan de forma autónoma por la consecución vital de una soberanía alimentaria para Puerto Rico; que reconocen la urgencia de prácticas de vida sustentables y respetuosas con el medioambiente; que respetan y valoran las diferencias entre sus participantes; que se educan constantemente y desafían las fronteras entre el ser y el hacer, entre el pensar y el actuar, entre lo local y lo global, entre lo propio y lo ajeno.

Por estas y otras razones, reconozco que:

  1. Sin la Universidad de Puerto Rico, no habría tenido el privilegio de conocer a tantxs estudiantes inquisitivxs y a colegas comprometidxs que, con su lucidez y ejemplo, me enseñan a reconocer mis privilegios y a mantener la confianza en que un mejor futuro es posible.
  1. Sin la Universidad de Puerto Rico, no habría reconocido de forma cabal el inmenso valor educativo y sociocultural de la Institución, ni la calidad y el impacto de la enseñanza que allí se imparte; enseñanza que es insustituible por su diversidad, humanismo crítico, interdisciplinariedad y conexión directa con el espacio geográfico y cultural en que se habita.
  1. Sin la Universidad de Puerto Rico, no habría proyecto de país, ni país que lo sustente, porque muchxs de lxs estudiantes, entre ellos lxs más brillantes –pero de escasos recursos económicos- no tendrían acceso a una educación de calidad y comprometida con el bien común nacional y global. Si no asumimos los lugares que habitamos como nuestros ni luchamos por crear un mejor presente y porvenir, la Universidad de Puerto Rico no podrá mantener su misión como espacio vital de transformación y esperanza.

Considero que lxs estudiantes en huelga hoy hacen precisamente eso. Nos enseñan a vivir.

Lamentablemente, no estudié en la Universidad de Puerto Rico. Sin embargo, como profesora de la UPR por aproximadamente diez años, puedo reconocer lo mucho que hubiese aprendido de haber estudiado allí.

Tal vez, si más de nosotrxs que estudiamos en Estados Unidos o en universidades privadas de Puerto Rico, y que, por tanto, desconocemos la realidad de lo que ocurre día a día en sus aulas, tomáramos un tiempo para visitar la Universidad, conversar con exalumnxs y estudiantes, y reconocer que que muchos de lxs egresadxs del Sistema UPR son sus doctorxs, periodistas, enfermerxs,  economistas, abogadxs, maestrxs de sus hijxs, así como actorxs, artistas, escritorxs, agricultorxs, atletas y pensadorxs, reconoceríamos que la UPR también es nuestra y que vale la pena cuidarla, quererla y protegerla ante los embates del neoliberalismo, el gobierno colonial de turno,  y una Junta de Control Fiscal corrupta y antidemocrática.

A mi entender, el primer paso –y es lo que he intentado hacer aquí- es reconocer y cuestionar aquellos privilegios que nos ciegan ante el dolor y las necesidades de lxs demás. El segundo sería, tal vez, reconocer nuestras precariedades. Solo así nos haremos conscientes de las desigualdades que toleramos o propiciamos, y comenzaremos a ser partícipes –junto a lxs estudiantes– de la construcción de una comunidad que afirme activamente lo posible en lucha y en solidaridad.

unnamed
foto por Odette Verónica

 

18 comentarios en “los privilegios y la UPR

  1. Un escrito que trae emociones. Usted fue profesora mia de un curso tomado el semestre anterior de literatura. Debo decir que me causa felicidad saber que la UPR es su hogar, tanto al igual que el mío. He crecido como persona y estudiante, aunque tal vez no sea de esas que saca A, pero muy bien reconozco que es aún más importante adquirir conocimiento que perdure y no sólo para un examen. Me causa conmoción cada vez que la veo en las manifestaciones apoyando, un ejemplo a seguir. Olvide todo privilegio, ya que su gran corazón tiene más valor. Saludos solidarios.

    Le gusta a 2 personas

  2. Siempre he tenido o percibido una sensación de admiración y respeto hacia usted, aún sin conocer su historia… ahora con más razón después de haberla leído! Me alegro que haya tenido y vivido esas experiencias de vida que la han llevado a reflexionar, crecer y fortalecer más aún sus principios, sus ideales, sus raíces y su identidad nacional, su calidad de mujer y ser humano, para compartirlo con el resto del mundo! Es un privilegio contar con su experiencia y compromiso en nuestra universidad, en la Universidad de Puerto Rico (UPR), esperaremos así sea por mucho más…
    Mi admiración y respeto siempre
    Edwin T.

    Le gusta a 1 persona

  3. Muy bonito escrito biográfico que debió de editarse antes de publicarlo. Además, no muy bien
    informado y muy generalizado, en cuanto a las intesiones de los huelguistas.

    Me gusta

  4. Profesora, gracias por traer a nuestras conciencias la trascendencia de nuestro hogar, la UPR. Es una verdad innegable la de afirmar que la Universidad es el mayor proyecto de país con el que contamos. Sin ella, miles de puertorriqueños habrían quedado rezagados socialmente, limitados a la oferta laboral que el capitalismo despiadado provee, el fast food, la servidumbre, el militarismo (sin incurrir en prejuicio contra quienes hacen este tipo de trabajo dignamente). De hecho, el sistema colonial ataca a este baluarte porque representa un bastión de disidencia, de conciencia y amor propio colectivo totalmente contrario a sus intereses. Sus palabras son bálsamo para la lucha; muchas gracias.

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario